27 de Febrero de 2024
Hoy nuestra clase estuvo dirigida a hilar pensamiento junto a otra entidad, un cuerpo reflejante.
Dos preguntas guías: ¿Ese individuo como se abre espacio en el mundo? ¿Y nosotrxs como abrimos espacio en el mundo? ¿Cercanías?
Yo elegí la Aristolochia grandiflora, también les dicen Guacos, Capitanas o Zaragozas. Es usada en medicina tradicional como antiofídica. Resulta que esta flor es una de las más grandes de América y tiene una forma hermosa de fecundación.
En sus primeras etapas es femenina, evolutivamente logró expeler un olor extraño que atrae ciertos insectos. Pero no, no los engullirá hasta que se mueran, los aprisionará momentáneamente entre sus vellosidades, a cambio los alimentará con dulce néctar dentro de su sofisticada cámara que parece un órgano de escucha.
Mientras pasa el tiempo empieza a producir polen con sus estructuras internas. No es mucho tiempo, apenas el suficiente para que en un ballet ágil y efectivo, el insecto se cubra entero de semillas diminutas, gametofitos masculinos. Así es, la flor Aristolochia cambia de femenina a masculino en cuestión de días. Pero aquí no termina la historia de mi cuerpo reflejante. La liberación del polinizador empieza en tanto la flor sucumbe y se deja morir. Solo así, se asegurará que su querido huésped continúe el camino para preservar su especie.
Todo el tiempo. Todo el tiempo estamos agarrando aquello que queremos pero que sin duda no es nuestro. Y la permanencia a veces es un ballet, una danza momentánea. Su duración no implica que no sea sagrada. Pues aquellos vínculos que nos hacen remembrar lo profundo siembran el camino y el futuro.
Todo el tiempo. Todo el tiempo estamos soltando aquello que queremos pero que no es nuestro. Porque solo así podemos abrir espacio en el mundo, dejando que el vínculo continúe el camino para preservar la especie. Así algo adentro muera, porque “quizá la revolución nomas es la vida misma, así, a secas, fértil, trémula”.
Dos preguntas guías: ¿Ese individuo como se abre espacio en el mundo? ¿Y nosotrxs como abrimos espacio en el mundo? ¿Cercanías?
Yo elegí la Aristolochia grandiflora, también les dicen Guacos, Capitanas o Zaragozas. Es usada en medicina tradicional como antiofídica. Resulta que esta flor es una de las más grandes de América y tiene una forma hermosa de fecundación.
En sus primeras etapas es femenina, evolutivamente logró expeler un olor extraño que atrae ciertos insectos. Pero no, no los engullirá hasta que se mueran, los aprisionará momentáneamente entre sus vellosidades, a cambio los alimentará con dulce néctar dentro de su sofisticada cámara que parece un órgano de escucha.
Mientras pasa el tiempo empieza a producir polen con sus estructuras internas. No es mucho tiempo, apenas el suficiente para que en un ballet ágil y efectivo, el insecto se cubra entero de semillas diminutas, gametofitos masculinos. Así es, la flor Aristolochia cambia de femenina a masculino en cuestión de días. Pero aquí no termina la historia de mi cuerpo reflejante. La liberación del polinizador empieza en tanto la flor sucumbe y se deja morir. Solo así, se asegurará que su querido huésped continúe el camino para preservar su especie.
Todo el tiempo. Todo el tiempo estamos agarrando aquello que queremos pero que sin duda no es nuestro. Y la permanencia a veces es un ballet, una danza momentánea. Su duración no implica que no sea sagrada. Pues aquellos vínculos que nos hacen remembrar lo profundo siembran el camino y el futuro.
Todo el tiempo. Todo el tiempo estamos soltando aquello que queremos pero que no es nuestro. Porque solo así podemos abrir espacio en el mundo, dejando que el vínculo continúe el camino para preservar la especie. Así algo adentro muera, porque “quizá la revolución nomas es la vida misma, así, a secas, fértil, trémula”.